Hace unos 10 años,
vivía en una villa una niña llamada Kassia, como la primera compositora de la
historia de la música. A Kassia la apodaban “La Rebeldina” porque desde pequeña
siempre se quejaba de las injusticias. Como aquella vez que separaron a los
niños a un lado y a las niñas al otro, para hacer las actividades deportivas en
una excursión del cole. Kassia se quejaba porque le gustaba jugar con Rubén y
Leticia, porque no recibía ninguna explicación lógica que la convenciese y
porque la obligaban a hacer grupito sólo con las niñas.
En casa, pasaban
cosas parecidas y ella se enfadaba porque tampoco entendía por qué con 12 años
tenía que recoger la mesa y limpiar la cocina mientras su hermano Luisito con
10 jugaba a la Play o por qué su otro hermano Carmelo, el mayor, tenía que ir
al bar acompañando a su madre cuando Carmelo no quería ir. Si Kassia le decía
que iba ella en su lugar (pues le encantaba el paseo por el río que llevaba
hasta el bar) le contestaban que ese no era sitio para niñas. ¡Pero qué
explicación es esa!
Kassia, también
tenía claro que quería ser carpintera como su padre, ya desde pequeña lo que
más le gustaba en el mundo era construir maquetas de casas de madera, pero su padre
le insistía en que fuese maestra, como sus primas. Ella le contestaba que sería
profesora en una escuela de carpintería. Cuando Kassia creció, se dio cuenta de
que sus hermanos tampoco podían hacer lo que querían. Carmelo, quería teñirse
el pelo de violeta y verde, ponerse pantalones rotos con botas altas y cantar
en una banda de Rock’n Roll pero su padre le decía que como la abuela se
enterase le iba a dar tal disgusto que no le dejaría volver a entrar en su
casa. A Luisito, además de jugar a la Play, le gustaba mucho maquillar y peinar
los bustos de muñecas que le regalaban a Kassia, pero cuando su padre lo veía se
las quitaba y le decía que las muñecas no eran para niños. ¡Pero qué
explicación es esa!
Kassia, harta y
cansada, Carmelo y Luisito, hartos y cansados, de que en su casa no pudiesen elegir
a qué jugar o qué ponerse para vestir, empezaron a contarlo y a hablar con sus
compis del cole y con sus profes, sobre todo, con el de Igualdad de Género, que
era el que más y mejor escuchaba.
Pasados unos días,
el profesorado, decidió hacer una reunión en el salón de actos con los niños y
niñas para conocer sus quejas y preferencias. Unas y otros fueron diciendo lo
que les molestaba y lo que querían en la vida, bien alto, pues Irene, la profe
de Informática, estaba grabándolo todo. Comenzaron a decir:
- Yo me llamo
Julieta y quiero ser conductora de autobús, como mi madre, pero mi prima mayor
dice que ese trabajo es de hombres. ¡¡ Pero si mi madre y sus compañeras son
mujeres!! ¡Pero qué explicación es esa!
- Yo soy Claudio y
me gusta jugar en el recreo a la comba con mis amigas y con Carlos. En casa me dicen
que mejor juegue al hockey para hacerme fuerte, pero yo tengo miedo de hacerme
daño.
- Yo soy Martina y
él es mi hermano Alejandro, nos encanta leer y soñamos con correr aventuras y
descubrir cuevas. Yo quiero ser arqueóloga y él paleontólogo pero los mayores
nos dicen que tenemos demasiados pájaros en la cabeza.
- Yo me llamo Pedro
y ella es mi prima Marian y lo que queremos es educar en igualdad, como nuestro
profe Julián, para que nadie más sufra por ser quien es, y para que los niños y
niñas persigan sus sueños y que el día de mañana no haya diferencias en
derechos u obligaciones por ser mujer o ser hombre, pero nos dicen que eso es
una utopía. ¿Qué es una utopía?
Unos y otras
siguieron hablando y hablando hasta casi las seis de la tarde.
El profesorado se
quedó asombrado de lo bien que hablaban y decidieron convocar a todas las
familias para que vieran el vídeo y charlar un poco. Las madres y padres más
tradicionales se fueron enfadadas y enfurecidos al oír a la primera niña, pues
no les parecía bien que la directora del colegio permitiese a los niños y niñas
hablar sobre los problemas de casa, pero aún quedaban doscientos padres y
madres que querían escuchar lo que sus hijas e hijos tenían que decir. Al
terminar el vídeo, les preguntaron por sus impresiones y pensamientos. Casi todas
las personas allí presentes, coincidieron en que tenían mucho que reflexionar y
repensar sobre sus ideales y que querían que sus hijas e hijos fuesen felices y
que aunque piensen que sus elecciones son erradas, tienen que ser su apoyo
incondicional y darles explicaciones razonables.
Estas charlas
continuaron haciéndose curso tras curso hasta que dejaron de hacer falta.
En ese momento, Kassia
recordó aquel día después del vídeo y la charla del cole, cuando su padre y su
madre se dieron cuenta de que no importaba lo que dijeran los demás y que las
niñas y niños tenían derecho a elegir su identidad. Se alegraba tanto de que
entendieran que la libertad de elegir es
un tesoro que hay que fomentar y cuidar.
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